miércoles, 5 de noviembre de 2008

Florece

La panza todavía no se nota, pero Bebé, de alguna mística manera, me cuenta que ahí está. Parece que reventaran burbujitas adentro mío, como si me anduviera un pececito y me dice que es feliz, que se siente amado.

Ramiro viaja muchísimo, por trabajo, así que, todavía, no concretamos lo de la mudanza. Pero cada día que pasa me gusta más la idea. Veo que es lo mejor para Bebé, que vamos a estar muy bien, que tener una familia es un sueño cumpliéndose.

Como aún está en trámite su divorcio –y parece que da para largo, porque su ex le pelea hasta los calzones- no va a comunicar la noticia a su familia. Lástima. Creo que se pondrían muy contentos, aunque todo fue taaaaaaaan rápido. Igualmente, vamos avanzando algunos pasos: almorzamos con sus hijitos (¡si supieran que van a tener un hermanito!) y, de a poco, intentamos unir todo este despelote.

Yo me siento fantástica, como si brillara, y en lugar de engordar, adelgazo. Y eso que estoy redulcera...

Conocí a quien va a ser mi obstetra, es una divina. Me acompaña, me deja tranquilísima y me hace reír. Una diosa. Y la clínica donde Bebé va a nacer me encanta: parece un hotel, de poquitas habitaciones, llenas de luz y de flores.

Trabajo todas las noches en el restaurant, hasta muy tarde, vuelvo a casa y converso con Bebé, le hago caricias a la panza, juego con él. Me siento plena. Y disfruto mucho todo lo que estoy viviendo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando una mujer se embaraza, es indestructible. Es una diosa. Está divina y puede con todo.
Besos.
Alicia M.

ALICIA CORA dijo...

El embarazo tiene la virtud de ponerle una coraza a la mujer. Lo maravilloso es que después de parir y ya sin esa defensa, es el hijo el que la torna invulnerable. Ese es el milagro. ALICORA