El nacimiento fue el momento más feliz de mi vida -original, ¿no?-.
Rami, el compañero perfecto, hizo que, a pesar del dolor indescriptible (me sentía morir y revivir en cada contracción, hasta perder el conocimiento), de que el anestesista chocó en el camino y tuvieron que mandarme a otro (¡santo!) y de que el chico que estaba saliendo de adentro mío pesaba casi 4 kilos, todo pareciera fácil, tal como había sido planeado por quién sabe quién, ideal.
Y en el medio del dolor dijo que su apellido quedaba tan bien con el nombre que yo había elegido. Me recordó permanentemente cuánto nos queríamos y que él estaba ahí, para nosotros, con nosotros.
A las 11 y media de la noche, cuando, gracias a la anestesia todo era celestial, puso a nuestro hijito en mi pecho. Me miró por primera vez, y la vida tuvo sentido.
Nació sano, prolijo, soleado... y hambriento. Como yo me sentía fantástica me lo trajeron en seguida para que le diera de comer, con la boquita abierta como un pescadito, empezó a tomar teta... y nunca más paró.
Dormimos los tres hasta las 8 de la mañana. Juntos. Felices. Completos.
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3 comentarios:
quiero vivir siempre como dicen tus palabras... "sano, prolijo, soleado... y hambriento"
Te felicito por ser una escritora excelente.
Sergio
Bellísimo. Emotivo.
Escribís como sos.
Y eso es bueno.
Beso,
Alicia M.
Qué lindo! Hasta el día de hoy tiene su boca de pescadito!
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