Quinientos mil curriculums después de haber empezado a buscar trabajo, por fin me llamaron de un lugar, que no había tenido en cuenta. Y por un conocido, no por una de las bonitas carpetas que estuve enviando. Pero, bueno, quizás haya servido para mover la energía. (Y mis pies, ya que llevé todas personalmente.)
La cosa es que estoy administrando una conocida marca de cosmética basada en las recetas de la abuela.
Ahora que ya estoy entretenida, por ahí, todo este romance deja de desvelarme. Aunque no me parece sentir eso, al menos hasta ahora. Y eso que, por un sueldo que fue en aumento desde que llegué (hace un par de semanas), pero que no es demasiado interesante, estoy en la oficina -¡un subsuelo oscuro de dudosa temperatura, pero que huele a flores!- más de doce horas diarias, sábados y feriados incluidos.
Más bien, todo lo contrario: termino tan agotada que lo único que quiero es salir a distraerme, a buscarlo, a amarlo, y de vuelta al ruedo para seguir una semana más.
Yo siempre buscando esos trabajos que me brindan tantas posibilidades de conocer hombres: en el mundo de lo fashion prácticamente son todos gays. Mi nuevo horizonte se abre a la cosmética natural, ni los clientes son hombres. ¡Siempre cuento con semejante abanico de oportunidades! Así no puedo seguir el consejo de las madres: encontrar un buen trabajo, y allí un buen hombre.
Igual, me divierto, y me significa un buen desafío. Tengo que organizar la contabilidad de una empresa absolutamente caótica. Creo que erré mi carrera: en todos lados termino haciendo administración contable, y... ¡ni siquiera me gusta!
Mi trabajo queda cerca de su oficina. Otra excusa para querer verlo. Soy un desastre.
La cosa es que estoy administrando una conocida marca de cosmética basada en las recetas de la abuela.
Ahora que ya estoy entretenida, por ahí, todo este romance deja de desvelarme. Aunque no me parece sentir eso, al menos hasta ahora. Y eso que, por un sueldo que fue en aumento desde que llegué (hace un par de semanas), pero que no es demasiado interesante, estoy en la oficina -¡un subsuelo oscuro de dudosa temperatura, pero que huele a flores!- más de doce horas diarias, sábados y feriados incluidos.
Más bien, todo lo contrario: termino tan agotada que lo único que quiero es salir a distraerme, a buscarlo, a amarlo, y de vuelta al ruedo para seguir una semana más.
Yo siempre buscando esos trabajos que me brindan tantas posibilidades de conocer hombres: en el mundo de lo fashion prácticamente son todos gays. Mi nuevo horizonte se abre a la cosmética natural, ni los clientes son hombres. ¡Siempre cuento con semejante abanico de oportunidades! Así no puedo seguir el consejo de las madres: encontrar un buen trabajo, y allí un buen hombre.
Igual, me divierto, y me significa un buen desafío. Tengo que organizar la contabilidad de una empresa absolutamente caótica. Creo que erré mi carrera: en todos lados termino haciendo administración contable, y... ¡ni siquiera me gusta!
Mi trabajo queda cerca de su oficina. Otra excusa para querer verlo. Soy un desastre.
2 comentarios:
Identidad, de eso se tratan los encuentros, y en este caso, el género es lo de menos. Hablo de aquello que otros pueden ver en lo que escribes. Ese mágico encanto de las tragedias cotidianas administradas en dosis convenientes crea cierta dependencia, así sin más, se me va creando una extraña adicción a tus palabras. Lástima, lástima, que ahora no es antes.
María Laó,qué historia tan cotidiana, tan normal y sin embargo tan absolutamente tuya y apasionante...
Tu amor es el de todas las mujeres, pero tu voz es un espejo en el que me miro y me veo diferente, siamesa tuya, latiendo con la misma música, completamente otra, todo al mismo tiempo.
Sigo leyendo, me sigo metiendo. ¿Esta historia es un libro, se puede comprar, dónde? Ni se te ocurra dejar de nutrirnos con los capítulos sucesivos.
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