domingo, 2 de diciembre de 2007

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... y difícilmente un hombre de tierra entiende el corazón de la gente de mar. Aunque este hombre ame esas historias y esas canciones y vaya a las fiestas de Janaína, aun así no conoce todos los secretos del mar. Porque el mar es tan misterioso que ni los viejos marineros lo entienden.
J. A.

Otro encuentro. Y cada vez más amor. Y, tal como me temía, después de dejarle saber tan sólo la punta de este terrible sentimiento que tengo por él, todo parece haberse roto.

Fue un miércoles, cuando lo llamé porque salí tan enojada de lo del contador, después de cobrar mi último trabajo en cheques a fechas imposibles, y mucho menos de lo que pensaba.

Necesitaba una gratificación, y así se lo dije. Gratificarme es más que suficiente gratificación para él, según expresó. Por supuesto, estaba con problemas: alguien tenía que viajar hasta donde estaba el barco, para llevar un repuesto, y estaba intentando no ser él. Volvió a llamarme, y quedamos en encontrarnos en Pazzo.

Así fue. Estuvo mucho tiempo hablando con sus socios, mientras yo bailaba con Paco, y vino para ver si nos íbamos juntos. Resultó ser él el que tenía que viajar al día siguiente, y estaba muy enojado. Aun así, después de charlar un rato en el auto, bajó y vino a casa. Sexo y amor total por horas, como siempre.

Y yo todo el tiempo tratando de mostrarle cuánto me importaba. Diciéndole que lo amo, sin mover los labios, con su mejilla apoyada en la mía, acariciándolo con todo el amor que puede existir.

El viaje era algo arriesgado para la vida a la que estoy acostumbrada: tenía que traspasar tres fronteras con contrabando, hasta llegar al barco en helicóptero. Realmente, me quedé preocupada, así que prometió llamarme ni bien estuviera de vuelta. No me va bien el papel de amante de James Bond.

Cometí el error de mostrarme vulnerable: viéndolo vestirse en la penumbra, ceñudo, le dije que lo quería. Hizo de cuenta que no había entendido.

-No escuché bien lo que dijiste.

-Mejor-, contesté, y enterré la cabeza en la almohada.