domingo, 2 de diciembre de 2007

007


... y difícilmente un hombre de tierra entiende el corazón de la gente de mar. Aunque este hombre ame esas historias y esas canciones y vaya a las fiestas de Janaína, aun así no conoce todos los secretos del mar. Porque el mar es tan misterioso que ni los viejos marineros lo entienden.
J. A.

Otro encuentro. Y cada vez más amor. Y, tal como me temía, después de dejarle saber tan sólo la punta de este terrible sentimiento que tengo por él, todo parece haberse roto.

Fue un miércoles, cuando lo llamé porque salí tan enojada de lo del contador, después de cobrar mi último trabajo en cheques a fechas imposibles, y mucho menos de lo que pensaba.

Necesitaba una gratificación, y así se lo dije. Gratificarme es más que suficiente gratificación para él, según expresó. Por supuesto, estaba con problemas: alguien tenía que viajar hasta donde estaba el barco, para llevar un repuesto, y estaba intentando no ser él. Volvió a llamarme, y quedamos en encontrarnos en Pazzo.

Así fue. Estuvo mucho tiempo hablando con sus socios, mientras yo bailaba con Paco, y vino para ver si nos íbamos juntos. Resultó ser él el que tenía que viajar al día siguiente, y estaba muy enojado. Aun así, después de charlar un rato en el auto, bajó y vino a casa. Sexo y amor total por horas, como siempre.

Y yo todo el tiempo tratando de mostrarle cuánto me importaba. Diciéndole que lo amo, sin mover los labios, con su mejilla apoyada en la mía, acariciándolo con todo el amor que puede existir.

El viaje era algo arriesgado para la vida a la que estoy acostumbrada: tenía que traspasar tres fronteras con contrabando, hasta llegar al barco en helicóptero. Realmente, me quedé preocupada, así que prometió llamarme ni bien estuviera de vuelta. No me va bien el papel de amante de James Bond.

Cometí el error de mostrarme vulnerable: viéndolo vestirse en la penumbra, ceñudo, le dije que lo quería. Hizo de cuenta que no había entendido.

-No escuché bien lo que dijiste.

-Mejor-, contesté, y enterré la cabeza en la almohada.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Puerto


La noche lo pregunta.
No saberte sería como
nunca haber visto el mar.
Saber que existe,
que es inmenso,
furioso y calmo a la vez,
pero nunca haber podido acercarse a él,
no haber sentido el sabor
del agua salada en la boca
ni el roce de la arena caliente
entre los pies descalzos,
nunca haberse sumergido en el agua fina.
No saberte sería morir un poco.

Y abro los ojos y te alcanzo.
Tu piel con gusto a mar
me envuelve
y desviste para mí todos los misterios
de tus profundidades.

martes, 30 de octubre de 2007



La felicidad no se produce por grandes
golpes de fortuna, que ocurren raras veces,
sino por pequeñas ventajas que ocurren todos los días.
B.F.


Yo lo amo. Lo amo por lo que significa para mí ahora. Ni por más, ni por menos. Sólo por esto que compartimos.
Las conversaciones nuestras son lo mejor que me pasa en la vida.
Lo amo por nuestro sexo, por conducirme hasta el límite absoluto del deseo, de la pasión, de la entrega sin fin.
De alguna revista que cayó a mis manos: “Occidente es el continente de los resultados, el éxito, la cima, la meta, el Oscar, el orgasmo. La finalidad ensombrece el valor de la búsqueda. Los orientales, mucho más piolas, inventaron el Tantrismo en las épocas de la túnica y la sandalia, la idea del amor como una eterna meseta del goce y la entrega, transitado durantes horas por una pareja sin pensar en el final concreto, y hasta que las velas no ardan. El sexo hasta el agotamiento sin pasar por el orgasmo. Allí no existe la idea de un minuto después, porque el vocablo ´después´ fue reemplazado por la palabra ´siempre’.”
Digo yo: si, como vengo comprobando, se pueden tener ambas cosas, ¿por qué conformarse con menos?

sábado, 6 de octubre de 2007

Incomprendida



Sólo la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.
P.N.

Otra vez esa sensación de incertidumbre metida en el pecho que no se me va.



El miércoles pasado fue mágico, intenso, tremendo. Fuimos a cenar con Lola. Él llegó más tarde, solo y de malhumor. Dijo que estaba serio porque había tenido un día complicado de trabajo. Y se quedó atrás, al fondo del lugar, hasta que se le pasó.



Se acercó al costado del escenario donde estábamos nosotras bailando, y no se fue más. Bailó con nosotras, me besó y me abrazó con un cariño inusual.



Sergito, el disc-jockey, se acercó a conversar, entendió inmediatamente la situación y estuvo el resto de la noche iluminándonos desde la cabina con el reflector, mientras él le daba clases de lambada a Lola.



Ellaiba a venir para casa, pero él quería que pasáramos la noche juntos en el hotel de la vuelta porque, supuestamente, tenía que estar muy temprano en la oficina, que queda ahí nomás, a una cuadra. Así que la acompañó hasta la puerta y le pagó un taxi hasta su hogar.


Y, ya solos, se hizo la hora de irnos. Pasamos por El Bar a desayunar, y tuvimos una de esas charlas increíbles que se nos dan a veces. Le conté que renuncié al trabajo (¡ay, sí, por Dios, me estaban terminando de enloquecer!), le comenté mi teoría de por qué me era tan importante esta relación. La respuesta fue que él siempre va a estar para mí, cuando lo necesite. Habló de cómo nos miramos de profundo a los ojos. Aseveró que yo estoy con alguien como él porque los hombres más jóvenes no saben de compromiso, de verdades, de responsabilidades. Y que, sin embargo, ni nosotros podemos hablar de lo que sentimos uno por el otro. “-Si nos dijéramos cuánto nos amamos esto se descontrolaría.”



Él dice amarme porque puede permitírselo, porque sostiene que su umbral de dolor es más amplio que el mío y que, por eso, teme lastimarme.



Hablamos de las cosas que nos importan: mi adorada familia. Tener mi propia casa. Y perderme entre sus brazos. Pero esto último no lo expresé. Claro.



A sus declaraciones lo único que contesté fue que conmigo el tema de controlar todo no le estaba funcionando, ya que, a pesar de haberme pedido que no me enamorara de él... Y así quedó, aunque el resto de la frase fuera tan pero tan obvia. Pobre, él cree que le viene saliendo bastante bien esto del control. ¡Ja! Gracioso que piense eso, cuando, en realidad, ni yo misma manejo esta situación.



Después fuimos al hotel. Me tuvo que explicar que allí pasa la noche cuando los horarios no le permiten volver a su casa (¿¿¿???), ya que fue evidente que el conserje lo tenía bien presente, además de que no tuvo que llenar su ficha de nuevo huésped, como sí tuve que hacer yo. Mejor ni comentar.



Hicimos el amor durante horas y me dijo te amo varias veces más. Pero yo no. Nunca le dije cuánto lo amo. Tengo miedo de empezar a sentir y no poder parar. Es como si, al no decirlo, no aceptarlo, no tuviera que hacerme cargo de las consecuencias.



Finalmente, nos dormimos abrazados. Después me desperté, y me quedé ahí, quietita, presa entre sus brazos y sus piernas, sólo escuchando cómo mi amor respiraba en mi hombro, acompasando sus latidos a los míos, riendo en silencio de pura alegría. Y sin querer me dormí de nuevo.



En algún momento, le pregunté qué haría por mí, pensando en que me acompañara al casamiento de mi prima. Si iría conmigo a un lugar. Quiso saber por cuántos días, para liberar su agenda, totalmente dispuesto. Me enterneció.



Nos despertamos, hicimos el amor de nuevo, y nos dormimos otro ratito. Con más abrazos. Ducha para ambos, esos besos maravillosos y, tarde para sus obligaciones y para las mías, salimos separados. No me voy a hacer cargo de las broncas ajenas por la “pequeña demora”. O sí. Total, nada más importa después de una noche como ésta.



A pesar de todo, desde que lo conozco, la vida me regala con él momentos de una felicidad tan completa, que vale la pena.



Hacía rato que no me sentía tan enamorada. Ya me preocupa. No se me ocurre que nadie más se adueñe de mi piel. Definitivamente, me quedo con esta sensación antes que con cualquier otra. Ésta, de plenitud total en el placer, de absoluta intensidad.



¿Podré ir con él al casamiento? En realidad, no tiene ninguna lógica (solamente la de mis ganas). ¿Qué va a hacer sentado en la mesa, con mi familia, como si fuera lo más normal del mundo? Es solamente una noche. De actuar como si fuéramos una pareja. Estaría más que bien. Para esa parte de la familia viene a ser algo así como el prototipo ideal. Pero, si dice que sí, temo no querer soltarlo más. ¿Cómo hago para internalizar que, a la mañana siguiente, todo vuelve a la normalidad?



El otro día, comentando acerca de las casas que se están haciendo por San Fernando, me dijo: “-Sí, hace poco estuvimos por ahí. Está muy linda esa zona”. ¿Estuvimos, quiénes? La dulce familia. Y yo... amándolo tanto. Lo peor que puede pasarme es empezar a ponerme celosa. Sería intolerable.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Escribo

Amplio margen


Hoy sos la verdad
y los horizontes
se acurrucan en mis manos
sólo con acariciarte.
La pena, el dolor,
los límites y las distancias
se funden
y son en tu cuerpo inagotable pasión
y son en tu boca miel
y riendas en tus manos
que me guían a otros campos.
Hoy sos la verdad
y las mareas
se aquietan a mi costado
mientras dormís.

Envuelta en vos
me abro al día
y amanece
a mi entrega absoluta
silencioso.

martes, 28 de agosto de 2007

Feliz en tu día

Hoy hace un año que empezó esta locura, este tremendo amor de idas y venidas. (Lo recuerdo con exactitud porque, esa primera noche de tantas más que él pasó en casa, yo estaba tan feliz que no lograba siquiera entristecerme por la muerte de un angelical cuartetero –que, en realidad, sí lamentaba, pero no podía sacarme la sonrisa instalada-.)

Y me siento feliz como entonces. Estoy viviendo el amor que quiero en este momento, el mejor sexo que puedo imaginarme, con el hombre más sexy que se me cruzó en la vida. Y no quiero más que eso por ahora. Así, reservando toda la energía que otra relación me absorbería, puedo crear. Es justo lo que me está haciendo falta.

Hoy, con la cabeza más fresca que la semana pasada, más objetivamente, me di cuenta de lo que necesito. Y por qué esta relación es tan importante para mí: él es la única persona en el mundo que no me exige nada, que no espera nada de mí. Y eso me hace sentir libre y muy cómoda.

Leído por ahí: "Si hoy planea hacer que algo mejore, observe atentamente qué es lo que quiere cambiarle, y pregúntese: ´¿Es realmente necesario?´. Tal vez podamos encontrar deleite en celebrar las cosas tal como son, en vez de tratar de convertirlas en algo que no deben ser".

Me comprometo conmigo a sumarle a mi vida lo que siento que le está faltando: diversión y aventura.

Quiero viajar, correr, arriesgarme (y no precisamente a perder mi casa entre las garras de una hipoteca hambrienta, sino a vivir como predico: apasionadamente).

Que así sea.

Rutina diaria: 1 hora de viaje hasta la Catedral de San Isidro, colectivo 60 -Bajo- (55 minutos). Cargar o comprar botella de agua. Caminar 20 minutos, derecho por la senda, hasta el Espigón de Martínez. Allí, tomar media hora de sol (opción 2: sol en la plaza de la Ribera, justo atrás de la estación Anchorena del Tren de la Costa). Recargar agua. O, si ese día el bolsillo permite, darse el gusto de un cortadito en la terraza de “La Arboleda”, sobre el río. Deporte diario suficiente, placer diario suficiente, despeje absoluto de ideas nocivas.

domingo, 19 de agosto de 2007

Palermo


Otro sábado
de noche
y él tan lejos.

Aun así
todo lo llena.
Hasta la inmensa
soledad
en el café profundo de sus ojos
y cada rincón
en mí y en mi casa
que tanto miraba
cuando la intimidad
se acomodaba en su espalda,
paisaje de anchos hombros
que anidaba en mi cama
esas noches que no eran tantas
porque no alcanzaban.
Y esa boca plena,
llena y fuerte como sus piernas,
me regalaba
promesas que sus manos inventaban.

Pasa el tiempo y no pasa,
lo espero, no espero nada.

Siete y cuarto


Salí temprano de trabajar. Tengo un ratito para un café en El Bar. Y él ahí, en la mesa de la ventana. No me vio. Me paré para hablar por teléfono, justo cuando salía.

-¡Adiós!-. Abrazo, con esa caricia cálida que me hace cada vez que me saluda, como señalando su territorio. -Estuviste borrada, de novia. Te vi.

-Era mi hermano.

Deja la puerta abierta para esta noche, noche de viernes. Porque sí. Yo ni siquiera voy a salir esta noche. Quizás otro día. ¿Miércoles próximo?

... Y lo fácil que le resultaría hacerme el amor, así nomás, sin explicaciones. Sin vueltas. Debería decirle que no quiero vivir más esto. Por miedo a no poder vivir sin esto.
¿Es el amor de mi vida? ¿Capricho? ¿Si él estuviera loco por mí? ¿Aun así me sentiría enamorada?

Nada de su vida me gusta para la mía. Pero él me gusta demasiado en mi vida.
De sentir su mano en mi piel, sus ojos en mis ojos, su voz, ya se me fijó una sonrisa. Por primera vez en esta tremenda semana vi el sol. Y sin embargo la lluvia caía a mi alrededor. Llovía, sí, pero no para mí. No hoy.

Las primeras noches, me acuerdo de que me pedía que no me enamorara de él. Decía que sus sentimientos no importaban, porque ya pocas cosas podían lastimarlo, pero que yo no tenía que enamorarme, para no sufrir.

Y me acuerdo de su mirada, que se vuelve brillante cuando habla de Sibila, su hijita. De su pasión cuando me contaba de su barco, y cómo iba el arreglo. Y yo le decía que me encantaba escucharlo.

martes, 7 de agosto de 2007

Segundo plano

Quinientos mil curriculums después de haber empezado a buscar trabajo, por fin me llamaron de un lugar, que no había tenido en cuenta. Y por un conocido, no por una de las bonitas carpetas que estuve enviando. Pero, bueno, quizás haya servido para mover la energía. (Y mis pies, ya que llevé todas personalmente.)
La cosa es que estoy administrando una conocida marca de cosmética basada en las recetas de la abuela.
Ahora que ya estoy entretenida, por ahí, todo este romance deja de desvelarme. Aunque no me parece sentir eso, al menos hasta ahora. Y eso que, por un sueldo que fue en aumento desde que llegué (hace un par de semanas), pero que no es demasiado interesante, estoy en la oficina -¡un subsuelo oscuro de dudosa temperatura, pero que huele a flores!- más de doce horas diarias, sábados y feriados incluidos.
Más bien, todo lo contrario: termino tan agotada que lo único que quiero es salir a distraerme, a buscarlo, a amarlo, y de vuelta al ruedo para seguir una semana más.
Yo siempre buscando esos trabajos que me brindan tantas posibilidades de conocer hombres: en el mundo de lo fashion prácticamente son todos gays. Mi nuevo horizonte se abre a la cosmética natural, ni los clientes son hombres. ¡Siempre cuento con semejante abanico de oportunidades! Así no puedo seguir el consejo de las madres: encontrar un buen trabajo, y allí un buen hombre.
Igual, me divierto, y me significa un buen desafío. Tengo que organizar la contabilidad de una empresa absolutamente caótica. Creo que erré mi carrera: en todos lados termino haciendo administración contable, y... ¡ni siquiera me gusta!
Mi trabajo queda cerca de su oficina. Otra excusa para querer verlo. Soy un desastre.

martes, 31 de julio de 2007

Inevitable

Me fui y no llegó.
Ya no sé si escribo todo esto para no olvidarlo, o para exorcizarlo de una buena vez.
Y, a pesar de todo, ahora mismo me podría declarar absolutamente enamorada de él. Aun sabiendo que no tiene mucho en común con mi hombre ideal, no puedo evitar pensar que, si todo esto hubiese sido de otra manera, en otro momento, hubiéramos sido una pareja genial. Podría mantener de por vida mi posición de geisha. Nada disfruté más de este tiempo juntos que haberle sacado esa costumbre de “hacerse cargo de todo” todo el tiempo. Lograr que se dejara conducir, que se dejara mimar. Besarlo de pies a cabeza, acariciarlo, hacerle masajes, aprovechar absolutamente todos los milímetros de su piel de terciopelo. Gozarlo entero. Mirarlo y sentirlo tan vulnerable, sentirme tan vulnerable que me daba miedo. Con el te amo en la boca a punto de desparramarse cada vez que sentía cómo expresaba cada instante de sexo que vivimos, cada orgasmo, toda esa pasión desatada. Todo lo que me provocaba -¿o nos provocaba?- estar uno al lado del otro, eso de nunca llegar con la ropa abrochada ni siquiera hasta la puerta de casa, porque no podíamos esperar a que levantaran la barrera de Juan B. Justo cuando veníamos en su auto.
Y la película sigue pasando: un día me produjo un momento de absoluta felicidad cuando, después de horas apasionadísimas, se quedó dormido encima mío, y roncó. Se despertó lleno de disculpas, sin saber que yo, sintiendo su peso y escuchándolo como si cantaran ángeles, estaba completa.
Su brazo alargándose para agarrarme disimuladamente en la barra de Pazzo, después de que, con una sola de sus hondas, hondísimas miradas, supo hasta dónde me tenía de enamorada, a pesar de que hacía mucho que ni nos hablábamos. La razón que dio para la distancia fue que la última vez lo habíamos pasado demasiado bien... Y yo acepté sonriendo.
De nuevo me besó toda la noche sin ningún pudor, en esa misma barra, ante la mirada atónita de los demás. Y de nuevo yo sonreía.
O acostado en mi sillón, el primer día, diciéndome lo cómodo que se sentía.
Cómo me gustaría que simplemente dijera que yo soy su amor. Sin más...
Me acuerdo de que la primera noche que vino a casa se olvidó la campera, gris y beige, reversible, suavecita. Me pasé días acariciándola, oliéndola. Otra vez se olvidó el reloj, que se había parado a las cinco de la tarde: estuve a punto de llevarlo a arreglar antes de devolvérselo. Y más adelante se dejó la agenda, y después el teléfono. Pero, claro, por el teléfono volvió a los diez minutos.

sábado, 28 de julio de 2007

Hasta las manos...

Cuestión de honor


Él me besa y me ama
y hace en mi corazón
una fiesta.

Pero no me alcanza.
Yo quiero ver su alma.
Que sea mío
su primer parpadeo en la mañana.

Es su pasión bajo control
lo que me puede,
cuando se agitan sus latidos
fundiéndose con los míos,
cuando después de un día largo
por fin su boca me pertenece.

Otra vez me besa y me ama
y le pesan sus valores a esta historia
tanto como me enamoran.
Escribo y escribo, como si fuera la única manera de decirle -sin decirlo- todo lo que me pasa. Al fin y al cabo, escribir es casi una profesión, y no se supone que tenga que ver con el amor. Aunque... ni yo me lo creo.

martes, 24 de julio de 2007

Fiebre de sábado por la noche

¿Qué pasa conmigo que me enamoro de él que me complica la vida y altera cada uno de mis sentidos, y no puedo comprometerme ni un ratito en algo fuerte con alguien como Facundo, que parece acomodarme todo?
Facundo, que me cuida desde hace tanto tiempo, que promete una relación sólida, con quien tengo tanto compartido...
¿Pero qué me pasa?
¿Es amor o estoy terriblemente encaprichada?
¿Es tan fuerte la tortura de no haberlo poseído ni un solo minuto de los que pasamos juntos que, a veces, me parecen siglos y otras una pobre muestra gratis?
No logro nada con hacerme la que no lo veo: alcanza con una sola vez que nos crucemos las miradas para que él descubra la verdad, y se hagan añicos mis discursos liberales, ésos que yo misma me imponía inventarle cada vez que visitaba mi casa, pensando que así no se iba a sentir preso, como si ésa fuera la mejor manera de retenerlo.
Y todo el tiempo las escenas caen como diapositivas: la noche -ya la mañana- en que lo bañé y me regodeé mirándole cada centímetro de la espalda, después de haber hecho el amor por horas con la ducha abierta y la casa llenándose de vapor (podría haberse venido abajo, que yo sentada sobre él no me iba a dar cuenta). O él diciéndome, desnudos en mi cama los dos, que lo único que quería era que lo quisiera, no que lo admirara. O esa otra mañana, desayunando con María Campana, ellos dos en el sillón, y yo a sus pies, acariciándolo, mientras comentábamos cuánto nos gustábamos, y nos reíamos por haberla dejado a ella esperando en la puerta casi una hora, porque no nos podíamos despegar. Y sus manos, siempre sus manos. Y su boca recorriendo el camino que las dos habían marcado.
Lo extraño. Lo extraño tanto en mí.
Intenté dejar de venir al Bar y de ir a bailar a Pazzo, aprovechando esta distancia que en estos días me separa de Lola, y el poco movimiento de trabajo, sumado a que me parece que él estuvo de vacaciones -todas maravillosas excusas del verano-. Creo que desde antes de Navidad que no lo veía.
Pero nada cambió. El día en que por fin lo reencontré temblé, igual que la primera vez que me besó, cuando aclaré la duda que desde hacía un tiempo le planteaba a Lola, de que no estaba segura de que me gustara. Pero sí, definitivamente me gustaba. Y mucho, muchísimo más de lo que yo pensaba.
Me vine a El Bar. Siempre entro tan rápido que no llego a adivinar si está. Sí veo a Billy y al Bebe en una mesa que me queda tapada por la columna. Hay alguien más ahí sentado: tiene rulos, que podrían ser los de él. Y entradas como las suyas. Aunque parece ser un poco más alto.
Ansío verlo entrar. Esa sensación de que se me salta el corazón del pecho, de adrenalina recorriéndome el cuerpo. Ese momento de excitación absoluta que me da ni bien lo presiento me puede. Y me atrapa de tal manera que hasta me parece que no me importa verlo con una mina -o varias, como sucede por lo general- con tal de verlo.
No puedo entender cómo semejante muestrario de sensaciones puede ser unilateral. Ese reconocerse de nuestras pieles, ¿para él qué es? ¿O le pasa lo mismo, y esto es simplemente un destiempo, un desencuentro de momentos? ¿O puro delirio mío? Y él capaz que ni está enterado.

domingo, 22 de julio de 2007

Ya veterana para escribir un diario...

Es raro releer mi diario y no encontrar nada escrito sobre él cuando, en realidad, desde hace un tiempo hasta ahora, siento que lo llena todo.
Definitivamente es uno de los hombres más interesantes que conozco. Su cara tiene rasgos muy atrapantes: nariz recta y una boca cruel y hermosa. Es la clase de persona capaz de evocar todos los sentimientos: la violencia y la devoción, la malicia y la compasión, la concupiscencia, la dulzura y la pasión. Se trata de un hombre complejo, no cabe ninguna duda. Tiene un aura de autoridad que lo hace diferente. Su voz es profunda y ligeramente ronca. Anda por la vida con la cabeza erguida en actitud arrogante, mira fijo con aire despreocupado. Debajo de la ropa se nota un cuerpo poderoso, peligrosamente atractivo. Sus ojos son el antónimo de lo débil y mezquino. Son negros, inquisitivos, perturbadores. Es increíblemente buenmozo, profundo, intenso. Sus cejas hacen violenta la ternura de sus gestos. Tiene unas manos fuertes y firmes, unas piernas seguras que siempre saben adónde ir.
No sé si es un absoluto amor, o es que, no teniendo trabajo ni demasiado en qué pensar, es lo único que consigue despabilarme.
Y sé exactamente dónde encontrarlo, o al menos dónde buscarlo pero, sin embargo, lo siento tan lejos...
Desde la última vez que pasó la noche en casa (sí, creo que fue ésa vez la última, la que, sin preguntarme nada, bajó del auto con el cargador del celular, y me anunció que no iría a trabajar hasta la tarde), desde ese día ni siquiera nos volvimos a saludar.
Y extraño tanto su piel, su olor.
Pero me lo cruzo, y yo -tan madura y superada para el amor- me vuelvo una adolescente.
Si lo veo en El Bar -adonde voy totalmente a propósito, y de alguna manera me las ingenio para que hacer un ratito ahí me quede de camino (el otro día estuve cuatro horas ahí sentada, y él jamás llegó)-, bajo la vista y paso la tarde entera escribiendo de espaldas a su mesa, escuchándolo, aprovechando su perfume a limpio, sentado ahí tan al lado mío, y haciendo de cuenta que jamás lo vi.
O, como el otro día, que fui con Paco -mi hermano- a bailar, y él por fin estaba solo, atrás de la barra, de mi barra, yo acodada, demostrando lo bien que lo estaba pasando -según dice mi hermanito-, y totalmente incapaz de enfrentarlo, o articular media palabra, mirando para otro lado, mientras él iba hacia el fondo (de donde nunca más volvió) y cuando lo fuimos a buscar ya no estaba: se había desmaterializado.

Basta con que suponga que está por aparecer para que me dé taquicardia, tenga ganas de vomitar, me ponga a temblar, sienta que se me aflojan las rodillas y se me caen los calzones. Todo junto, en una milésima de segundo, y me dura toda la noche.

¿Será que el aburrimiento me tiene tan presa que me lleva a enamorar del hombre más insólito que se me pueda cruzar? Si me pongo a pensar en mi situación actual, o me aparecía una aventurilla... o me tiraba por el balcón. Hacen más de nueve meses que prácticamente no trabajo: primero con la excusa del agotamiento, luego porque Lola renunció también y seguimos la vacación, más tarde porque María Campana vino a visitarme después de diez años de no visitar el país y... ¡claro, fue una fiesta todos los días!

Con todo esto, encuentro siempre razones para ir a bailar varias veces a la semana, total... no hay responsabilidades esperándome. Es lo único que me apasiona por estos días. Llegar a ese lugar donde, a pesar de que todos nos conocemos, la luz y la bebida fabrican una anónima parodia. Cada uno en busca de un calor compartido, una ternura furtiva, un abrigo.

Me gusta bailar con los ojos cerrados: la cabeza libre de pensamientos nada en el ritmo. Allí olvido. Y deseo que la embriaguez no sea pasajera. Es sencillo: sólo dejo un momento de moverme, esperando que la música me impregne y me posea, entonces empiezo a bailar. Los pies primero, después las piernas, los brazos, la cintura, todo en mí comienza a vibrar. Y a medida que mi cuerpo se despierta mi cabeza se vacía. Me siento renacer cada vez. Desde hace un tiempo, solamente el baile me procura la certeza de estar viva.

Y ahora existe él. Que ahí mismo -y creo que por parecidas razones- se relaja con un whisky, rodeado por sus socios, casi todas las noches. Prometiendo todo menos compromiso, justo cuando yo, huyendo de una relación demasiado larga, sólo quiero divertirme.

Y -¡ay, Dios!- me vengo a enamorar así...
Para conseguir un príncipe, tengo que ser una princesa. No su alfombra roja.