martes, 12 de octubre de 2010

Géminis

Entre el champagne y su ternura no me quedó otra que dejar escapar un “me muero de amor por vos”. Al menos no se fugó. Pareciera una buena señal.

A la madrugada nos fuimos para casa, sólo un rato, ya que yo tenía que buscar a Joaquín antes de que mi mamá se fuera a trabajar. (Claro: nos quedamos dormidos, y llegué dos horas tarde, con lo que le compliqué el día a mi mamá, y me tuve que bancar un reto que duró hasta el mediodía. No sé cómo manejar esto, quiero tener más tiempo para disfrutar los pocos días que nos vemos, pero no me atrevo todavía a dejar a Joaquín en otro lado que no sea con su abuela –ni hablar de su papá-, pero está llena de trabajo. Así que todas las mañanas siguientes a nuestras deliciosas madrugadas, lo arranco de la cama, en lo mejor del sueño, para cumplir con esto de ser madre –que, por lo visto no se conjuga con ser amante-.).

Me cuesta esta dicotomía. Me debato entre estar muy presente para Joaquín y continuar con mi vida social –por así decirlo-, como para en algún momento llegar a tener algo así como una relación. Además del placer que me brinda estar él, disfrutarlo sin relojes. Pero no logro hacerlo sin sentirme culpable. Todo esto debe ser más fácil cuando una se acuesta todas las noches con el hombre que dice ser el padre de su hijo, tiene sexo con él, y sigue siendo natural que el bebé comparta las mañanas con los dos. Pero yo... ¿cómo hago? ¿Cómo llego a esa intimidad? Y la mayor duda: ¿me lo bancaría?

Igualmente, y a pesar de los apurones, quedamos encontrarnos a cenar. Prometí cocinarle, aunque él pensaba que no me gustaba, porque hasta ahora nunca habíamos hecho ese tipo de programas. Mi respuesta fue, simplemente, que no la había hecho porque esas cosas eran para “novios”, y yo nunca quise ese papel. “¿Y ahora qué cambió?”, preguntó. Eso: ¿ahora qué cambió?