jueves, 31 de enero de 2008

A la plancha (o en el horno).


La pasión te permite actuar de manera efectiva sin necesidad de reflexionar.
S. M. L.

Lo cual, evidentemente, ¡no quiere decir nada!

Volvió del viaje el sábado siguiente.
De esto hacen ya tres semanas. Y nunca más supe de él.
Acaba de entrar Lola –estoy en El Bar-, y él del otro lado, atrás. Vino con su más sentadora sonrisita, como si nos hubiésemos visto ayer y fuéramos primos. “-Dentro de un rato me voy. Si vas para allá, te llevo.” ¿Hay otra intención escondida, o me parece? Lo odio tanto que lo amo.
El domingo pasado fue la fiesta de aniversario de Pazzo, y él ni apareció. Después de unos cuantos tequilas le terminé preguntando al Crudo por él. ¡Qué idiota! Como si por preguntar fuera a llegar.

Esto tiene que terminarse, y estaba decidido, hasta que recién traspasó la puerta. Lo divertido de esta situación era que no me creara sufrimiento. No puedo esperar más de lo que es. Y sin embargo...
¿Cómo frenar al amor? Y cuando dije te quiero siento haber abierto una compuerta que es demasiado tarde para cerrar. Me lo comería a besos. Y le pegaría hasta matarlo.
La última vez que estuvo en casa, para variar, se olvidó el reloj. Todas las noches lo agarro, pensando en dónde mirará pasar las horas. Lo toco y es como tenerlo más cerca. Lo acaricio. Lo pongo en la mesita de luz cuando me voy a dormir, es como si lo oliera ahí, en mi almohada, con sus ojos prometiendo todo eso que no logro definir.
Y ya no sé si sueño con algo juntos. O me cansé de planear lo que nunca va a ser. Porque eso lo tengo muy claro. Y me siento una loca, porque igual decido seguir adelante, aún sabiendo que el fin va a ocurrir en algún momento.
Se acercó a la mesa, se tomó un whisky, y nos fuimos. En el auto preguntó qué queríamos para tomar con la cena., o si ya lo íbamos a echar. Se nos coló olímpicamente en el programa. Optó, sin esperar respuesta, por champagne, paramos en un super, y seguimos camino.
Fue divertido: los tres comiendo en casa, como lo más normal del mundo, íntimos amigos, novios. Y lo disfruté tanto, tantísimo. Preparé una mesa linda, con velitas. Me agradeció por esto, que fuera así con él. Hicimos hamburguesas con papas fritas. Mimos de por medio, y el mágico encanto de compartir momentos rutinarios. Escuchamos música, conversamos, nos reímos, nos abrazamos.
Lola se fue a acostar, y nosotros llevamos el colchón a la cocina. Hicimos el amor a la luz de la luna, nos acariciamos y hablamos muchísimo hasta que se hizo de día. Le conté que, como siempre, apareció en el momento justo en el que yo había decidido que se terminara esta historia. El día clave era el siguiente, y lo iba a cumplir. Era un compromiso conmigo.
“-Esta relación tiene que terminarse antes de transformarse en odio”, dijo. Aclaró que no hablaba de que yo fuera a odiarlo, estaba pensando en él, y en que las cosas se le escaparan de las manos.
Para mí, tal como le comenté, todavía no llegamos a la etapa final. Nos debemos cosas, nos queda mucho por disfrutarnos.
Le preocupa que me preocupe por él. Y, sí, tal como pensé, se asustó con el te quiero de la otra vez. Como si por no decírselo evitara todo este amor que sabe bien que siento.
Fue difícil explicarle que es diferente preocuparme todos los días a una preocupación puntual por lo del viaje. (Que encima nunca sucedió. Supuestamente, yo lo distraje y le hice perder el avión.)
Le pregunté si le modificaría algo que yo lo dejara. “-Modificarme, no. Sí me importaría, porque sos mi sol. Pero pocas cosas me modifican ya.” Un duro. Siempre tan difícil de decodificar, su mensaje.
“-¿Sabés qué? Me encanta que me abraces mientras me hacés el amor.” Y a mí abrazarlo.
Me gusta su boca en mi boca, sus besos de miel y flores.
Finalmente, confesó lo feliz que estaba con esto que tenemos, y prometió regalarnos unos días afuera juntos.
Promesas. Eso es lo que lo hace vivir. Eso sí: no miente.
“Seamos felices mientras estamos acá”, reza una famosa artesanía mexicana.