miércoles, 23 de julio de 2008

Desmejorando hacia la noche







Ayer mi cara se iluminó por un rato, porque después de mucho tiempo fuimos a Pazzo. La luz duró lo que la ilusión, y se fue diluyendo a medida que pasaba la noche y él no llegaba.

Y hoy, otra vez el vacío. Se apodera de todo, sin que yo quiera evitarlo. Es que no tengo ganas de hacer otra cosa que esperarlo. Y me horroriza estar pensando esto, así. No sé esperar qué, ni para qué.

Lo que pasa es que la sola idea de alguien más, otra piel, otra voz en mí, otras manos contra todo esto, otros ojos buscándome, me provoca sólo resignación. Me espanta que el amor se convierta en eso para mí.

En dos meses cumplo 30 años. Si hace un tiempo me hubiesen dicho que a esta edad iba a estar pasando por esta situación, me hubiera reído largamente. Y, sin embargo, aquí estoy, sin siquiera dejar una puerta abierta a otra realidad ajena a ésta.

Me pregunto constantemente si él habrá seguido su camino como si nada hubiera pasado. Si se acordará de mí alguna vez, si una canción lo hará recordar algo que compartimos. (Por ejemplo, si yo escucho “Capullito de Alelí”, inevitablemente me sonrío. Fue la única vez que bailamos juntos, en su versión salsa, y hasta diría que logré moverme al ritmo, y sin desmayarme en sus brazos. ¿Cómo olvidarlo?) Si se queda a veces despierto pensándome, o evitando cerrar los ojos para no soñar irremediablemente conmigo. Si camina con precaución y observándolo todo por las calles en las que solíamos encontrarnos. En fin, si la historia lo tocó, lo trastorna como me pasa a mí. Lo dudo tanto... Pero me conforma algo más pensar de esta manera. Sólo un poco más.

Encima, hace más de quince días que llueve incansablemente, por lo menos un par de horas. Y hace frío.

viernes, 11 de julio de 2008

Vacuo

Este diario tiene que salir a la luz. Convertirse en público, ser un libro, una película. Si no, sigue siendo más de lo mismo: dedicarle días, años, sueños y desvelos para que quede en mí (ni siquiera en él, que jamás llega a enterarse, sólo en mí para mí).

¿Nunca sabrá cuánto lo amo? Y ahora que, por lo visto -ya que hacen meses que no nos vemos, no aparece por los lugares que compartíamos, no trabaja más por el barrio, y no contesta los dos llamados que le hice-,
“dimos” por terminada la relación, ¿qué hago con este tremendo paquete de sentimientos no expresados?

A veces creo que me va a enfermar tener todo esto sin poder volcarlo. Casi puedo tocarlo, de tanto que es. Tiene forma y hasta color. Y me pesa en los hombros y en el alma.

¿Cómo abandonarlo? ¿Dónde depositarlo?

¿Adónde va el amor cuando no va a ningún lado?