domingo, 20 de septiembre de 2009

Freudiana

Parece ser que, ahora que empezó terapia, su psicóloga le hizo entender el problema que tiene para recibir halagos, regalos, y todas esas cosas que hacen que se sienta tan incómodo. Es difícil ser todo el tiempo Superman. Y encima se lo decimos las dos: su terapeuta y yo, con exactas palabras.
Entonces, para asumirlo, me pidió que le contara detalladamente por qué es lo que más me gusta de él. Definitivamente, es su espalda: tiene el ancho exacto, y ese color caramelo, absoluta suavidad, ni una marca, es como una playa, tiene la temperatura de la arena en las primeras horas de la mañana de aquel verano, esa maravillosa sensación de enterrar los pies en la tibieza del primer día de vacaciones, se le marcan los músculos lo necesario, y cada tanto tiene un lunarcito que me enloquece –aunque no tanto como los que tiene en las orejas, uno chiquitísimo en cada lóbulo, para tapar con besos-.