domingo, 30 de noviembre de 2008

Rewind

La idea de la familia perfecta desapareció de un soplido. Así. Sin más.
Ramiro, entre tironeos por el divorcio con su ex-mujer, decidió que no estaba listo para llevar adelante esta relación. Y hasta está dudando darle el apellido al bebé.
Lloré días enteros. Tantos meses de edificar, de aprender en un curso acelerado a ser la mujer perfecta, de decorar una casa que ya no será mía, de pensar a este chiquito defendiéndose en la vida. Solo, conmigo.
¿Qué pasó con las postales de los tres hermanitos? ¿Con la idea de ser felices, tanto como pudiéramos?
Alguna ventaja tengo que encontrar, así que elegí sin consultar el nombre de mi hijo: Joaquín. Lleve el apellido que lleve, va a tener un nombre lleno de fuerza. Es mi regalo para él. Que tantos me da. Que es mi risa y mi escondite perfecto. Que hace que todo, no importa qué se venga, valga la pena. Que baila en mi panza, como queriendo decirme que todo va a estar bien.
Y extrañamente tengo esa certeza: sé que de algún modo las cosas van a funcionar. Se trata de confiar. Simplemente.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Hoy, mañana, después...




Irónicamente, estos últimos días tengo que andar dando vueltas por El Bar, por trabajo, y varios otros asuntos.

Sigo sintiéndome como en casa.

Y no puedo evitar mirar por la ventana para ver si llega, aún sabiendo perfectamente que eso no va a suceder.

Es como una extraña manía, el anclaje de estas mesas, de esta esquina. Y mantengo fresca la ansiedad, aunque no quiera verlo.

El domingo Brasil ganó el mundial. Pazzo era una fiesta. Entre el mar de gente me pareció encontrarlo, pero no agucé la mirada. Prefiero guardarlo así, intacto, infinito en el recuerdo. Como un cuadro que no llevo a mi nueva casa, a mi nueva vida. A la vida.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Florece

La panza todavía no se nota, pero Bebé, de alguna mística manera, me cuenta que ahí está. Parece que reventaran burbujitas adentro mío, como si me anduviera un pececito y me dice que es feliz, que se siente amado.

Ramiro viaja muchísimo, por trabajo, así que, todavía, no concretamos lo de la mudanza. Pero cada día que pasa me gusta más la idea. Veo que es lo mejor para Bebé, que vamos a estar muy bien, que tener una familia es un sueño cumpliéndose.

Como aún está en trámite su divorcio –y parece que da para largo, porque su ex le pelea hasta los calzones- no va a comunicar la noticia a su familia. Lástima. Creo que se pondrían muy contentos, aunque todo fue taaaaaaaan rápido. Igualmente, vamos avanzando algunos pasos: almorzamos con sus hijitos (¡si supieran que van a tener un hermanito!) y, de a poco, intentamos unir todo este despelote.

Yo me siento fantástica, como si brillara, y en lugar de engordar, adelgazo. Y eso que estoy redulcera...

Conocí a quien va a ser mi obstetra, es una divina. Me acompaña, me deja tranquilísima y me hace reír. Una diosa. Y la clínica donde Bebé va a nacer me encanta: parece un hotel, de poquitas habitaciones, llenas de luz y de flores.

Trabajo todas las noches en el restaurant, hasta muy tarde, vuelvo a casa y converso con Bebé, le hago caricias a la panza, juego con él. Me siento plena. Y disfruto mucho todo lo que estoy viviendo.