martes, 24 de julio de 2007

Fiebre de sábado por la noche

¿Qué pasa conmigo que me enamoro de él que me complica la vida y altera cada uno de mis sentidos, y no puedo comprometerme ni un ratito en algo fuerte con alguien como Facundo, que parece acomodarme todo?
Facundo, que me cuida desde hace tanto tiempo, que promete una relación sólida, con quien tengo tanto compartido...
¿Pero qué me pasa?
¿Es amor o estoy terriblemente encaprichada?
¿Es tan fuerte la tortura de no haberlo poseído ni un solo minuto de los que pasamos juntos que, a veces, me parecen siglos y otras una pobre muestra gratis?
No logro nada con hacerme la que no lo veo: alcanza con una sola vez que nos crucemos las miradas para que él descubra la verdad, y se hagan añicos mis discursos liberales, ésos que yo misma me imponía inventarle cada vez que visitaba mi casa, pensando que así no se iba a sentir preso, como si ésa fuera la mejor manera de retenerlo.
Y todo el tiempo las escenas caen como diapositivas: la noche -ya la mañana- en que lo bañé y me regodeé mirándole cada centímetro de la espalda, después de haber hecho el amor por horas con la ducha abierta y la casa llenándose de vapor (podría haberse venido abajo, que yo sentada sobre él no me iba a dar cuenta). O él diciéndome, desnudos en mi cama los dos, que lo único que quería era que lo quisiera, no que lo admirara. O esa otra mañana, desayunando con María Campana, ellos dos en el sillón, y yo a sus pies, acariciándolo, mientras comentábamos cuánto nos gustábamos, y nos reíamos por haberla dejado a ella esperando en la puerta casi una hora, porque no nos podíamos despegar. Y sus manos, siempre sus manos. Y su boca recorriendo el camino que las dos habían marcado.
Lo extraño. Lo extraño tanto en mí.
Intenté dejar de venir al Bar y de ir a bailar a Pazzo, aprovechando esta distancia que en estos días me separa de Lola, y el poco movimiento de trabajo, sumado a que me parece que él estuvo de vacaciones -todas maravillosas excusas del verano-. Creo que desde antes de Navidad que no lo veía.
Pero nada cambió. El día en que por fin lo reencontré temblé, igual que la primera vez que me besó, cuando aclaré la duda que desde hacía un tiempo le planteaba a Lola, de que no estaba segura de que me gustara. Pero sí, definitivamente me gustaba. Y mucho, muchísimo más de lo que yo pensaba.
Me vine a El Bar. Siempre entro tan rápido que no llego a adivinar si está. Sí veo a Billy y al Bebe en una mesa que me queda tapada por la columna. Hay alguien más ahí sentado: tiene rulos, que podrían ser los de él. Y entradas como las suyas. Aunque parece ser un poco más alto.
Ansío verlo entrar. Esa sensación de que se me salta el corazón del pecho, de adrenalina recorriéndome el cuerpo. Ese momento de excitación absoluta que me da ni bien lo presiento me puede. Y me atrapa de tal manera que hasta me parece que no me importa verlo con una mina -o varias, como sucede por lo general- con tal de verlo.
No puedo entender cómo semejante muestrario de sensaciones puede ser unilateral. Ese reconocerse de nuestras pieles, ¿para él qué es? ¿O le pasa lo mismo, y esto es simplemente un destiempo, un desencuentro de momentos? ¿O puro delirio mío? Y él capaz que ni está enterado.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Ay Maria, me haces sentir lo que vos sentis. Que talento tenes con la palabra escrita!

Floriana dijo...

Blog chispeante. Creo haber sentido lo mismo. Sí, sí.
Salutes, desde mi nuevo y aún poco fecundo espacio.

DniX dijo...

dando vueltas llegue aquí, leí y digo a veces las mujeres TODOS somos tan iguales... las invito a un espacio que construimos entre varias www.comunidadgesto.blogspot.com

Anónimo dijo...

QUE BUENO QUE ACTUO EN EL CUENTO TAPADO POR UNA COLUMNA...JAJAJA

Anónimo dijo...

Una verdadero joyita, me encantó y te felicito Malala. Un beso y un MUY BIEN 10 FELICITADO.
ALICORA