
Recibí un mail de María Campana, contándome que está esperando un hijito. Después de hacerse de todo, porque no podía quedar embarazada, una de tantas cosas que probaron hizo su efecto. Y me entero de esto por mail, mi queridísima amiga-hermana está esperando un bebé, viviendo el momento más feliz de su vida, y la distancia perra hace que sea la tecnología la que me haga llegar la noticia, y no su voz o sus emocionados ojos. Quisiera estar con ella, abrazarla, saber cómo acompañarla. Me siento tan lejos...
El tiempo pasa. Y otros hombres en mi vida. Eso de jurar fidelidad para toda la vida resulta muy aburrido. Aunque, en realidad, cómo me gustaría tener lo suficiente de él como para no necesitar nada más.
Facundo, finalmente, después de mucho luchar por la visa de trabajo, de cambiar varias veces de destino, y de tironear de mí para que lo acompañara y lograr, de una buena vez, hacer una vida conmigo, armó sus valijas y se fue a vivir a Sevilla. Fue una despedida muy extraña, con la congoja del adiós, promesas de que el tiempo y la distancia iban a ser más cortos que lo que indica el mapa, y un beso que tenía gusto a para siempre. Me sentí vacía, como si no hubiese sido yo la que estaba en Ezeiza agitando la mano.
Por lo visto, febrero fue el mes que él eligió para tomarse vacaciones. No nos volvimos a ver ni por aquí ni por allá, a pesar de que yo cumplí con mi promesa de grabarle dos veces en el contestador mi número de teléfono. Capaz que lo anotó y lo perdió, o perdió la agenda de nuevo, o perdió el celular. (Siempre existen esas posibilidades, ¿no?)
El tiempo pasa. Y otros hombres en mi vida. Eso de jurar fidelidad para toda la vida resulta muy aburrido. Aunque, en realidad, cómo me gustaría tener lo suficiente de él como para no necesitar nada más.
Facundo, finalmente, después de mucho luchar por la visa de trabajo, de cambiar varias veces de destino, y de tironear de mí para que lo acompañara y lograr, de una buena vez, hacer una vida conmigo, armó sus valijas y se fue a vivir a Sevilla. Fue una despedida muy extraña, con la congoja del adiós, promesas de que el tiempo y la distancia iban a ser más cortos que lo que indica el mapa, y un beso que tenía gusto a para siempre. Me sentí vacía, como si no hubiese sido yo la que estaba en Ezeiza agitando la mano.
Por lo visto, febrero fue el mes que él eligió para tomarse vacaciones. No nos volvimos a ver ni por aquí ni por allá, a pesar de que yo cumplí con mi promesa de grabarle dos veces en el contestador mi número de teléfono. Capaz que lo anotó y lo perdió, o perdió la agenda de nuevo, o perdió el celular. (Siempre existen esas posibilidades, ¿no?)