martes, 28 de agosto de 2007

Feliz en tu día

Hoy hace un año que empezó esta locura, este tremendo amor de idas y venidas. (Lo recuerdo con exactitud porque, esa primera noche de tantas más que él pasó en casa, yo estaba tan feliz que no lograba siquiera entristecerme por la muerte de un angelical cuartetero –que, en realidad, sí lamentaba, pero no podía sacarme la sonrisa instalada-.)

Y me siento feliz como entonces. Estoy viviendo el amor que quiero en este momento, el mejor sexo que puedo imaginarme, con el hombre más sexy que se me cruzó en la vida. Y no quiero más que eso por ahora. Así, reservando toda la energía que otra relación me absorbería, puedo crear. Es justo lo que me está haciendo falta.

Hoy, con la cabeza más fresca que la semana pasada, más objetivamente, me di cuenta de lo que necesito. Y por qué esta relación es tan importante para mí: él es la única persona en el mundo que no me exige nada, que no espera nada de mí. Y eso me hace sentir libre y muy cómoda.

Leído por ahí: "Si hoy planea hacer que algo mejore, observe atentamente qué es lo que quiere cambiarle, y pregúntese: ´¿Es realmente necesario?´. Tal vez podamos encontrar deleite en celebrar las cosas tal como son, en vez de tratar de convertirlas en algo que no deben ser".

Me comprometo conmigo a sumarle a mi vida lo que siento que le está faltando: diversión y aventura.

Quiero viajar, correr, arriesgarme (y no precisamente a perder mi casa entre las garras de una hipoteca hambrienta, sino a vivir como predico: apasionadamente).

Que así sea.

Rutina diaria: 1 hora de viaje hasta la Catedral de San Isidro, colectivo 60 -Bajo- (55 minutos). Cargar o comprar botella de agua. Caminar 20 minutos, derecho por la senda, hasta el Espigón de Martínez. Allí, tomar media hora de sol (opción 2: sol en la plaza de la Ribera, justo atrás de la estación Anchorena del Tren de la Costa). Recargar agua. O, si ese día el bolsillo permite, darse el gusto de un cortadito en la terraza de “La Arboleda”, sobre el río. Deporte diario suficiente, placer diario suficiente, despeje absoluto de ideas nocivas.

domingo, 19 de agosto de 2007

Palermo


Otro sábado
de noche
y él tan lejos.

Aun así
todo lo llena.
Hasta la inmensa
soledad
en el café profundo de sus ojos
y cada rincón
en mí y en mi casa
que tanto miraba
cuando la intimidad
se acomodaba en su espalda,
paisaje de anchos hombros
que anidaba en mi cama
esas noches que no eran tantas
porque no alcanzaban.
Y esa boca plena,
llena y fuerte como sus piernas,
me regalaba
promesas que sus manos inventaban.

Pasa el tiempo y no pasa,
lo espero, no espero nada.

Siete y cuarto


Salí temprano de trabajar. Tengo un ratito para un café en El Bar. Y él ahí, en la mesa de la ventana. No me vio. Me paré para hablar por teléfono, justo cuando salía.

-¡Adiós!-. Abrazo, con esa caricia cálida que me hace cada vez que me saluda, como señalando su territorio. -Estuviste borrada, de novia. Te vi.

-Era mi hermano.

Deja la puerta abierta para esta noche, noche de viernes. Porque sí. Yo ni siquiera voy a salir esta noche. Quizás otro día. ¿Miércoles próximo?

... Y lo fácil que le resultaría hacerme el amor, así nomás, sin explicaciones. Sin vueltas. Debería decirle que no quiero vivir más esto. Por miedo a no poder vivir sin esto.
¿Es el amor de mi vida? ¿Capricho? ¿Si él estuviera loco por mí? ¿Aun así me sentiría enamorada?

Nada de su vida me gusta para la mía. Pero él me gusta demasiado en mi vida.
De sentir su mano en mi piel, sus ojos en mis ojos, su voz, ya se me fijó una sonrisa. Por primera vez en esta tremenda semana vi el sol. Y sin embargo la lluvia caía a mi alrededor. Llovía, sí, pero no para mí. No hoy.

Las primeras noches, me acuerdo de que me pedía que no me enamorara de él. Decía que sus sentimientos no importaban, porque ya pocas cosas podían lastimarlo, pero que yo no tenía que enamorarme, para no sufrir.

Y me acuerdo de su mirada, que se vuelve brillante cuando habla de Sibila, su hijita. De su pasión cuando me contaba de su barco, y cómo iba el arreglo. Y yo le decía que me encantaba escucharlo.

martes, 7 de agosto de 2007

Segundo plano

Quinientos mil curriculums después de haber empezado a buscar trabajo, por fin me llamaron de un lugar, que no había tenido en cuenta. Y por un conocido, no por una de las bonitas carpetas que estuve enviando. Pero, bueno, quizás haya servido para mover la energía. (Y mis pies, ya que llevé todas personalmente.)
La cosa es que estoy administrando una conocida marca de cosmética basada en las recetas de la abuela.
Ahora que ya estoy entretenida, por ahí, todo este romance deja de desvelarme. Aunque no me parece sentir eso, al menos hasta ahora. Y eso que, por un sueldo que fue en aumento desde que llegué (hace un par de semanas), pero que no es demasiado interesante, estoy en la oficina -¡un subsuelo oscuro de dudosa temperatura, pero que huele a flores!- más de doce horas diarias, sábados y feriados incluidos.
Más bien, todo lo contrario: termino tan agotada que lo único que quiero es salir a distraerme, a buscarlo, a amarlo, y de vuelta al ruedo para seguir una semana más.
Yo siempre buscando esos trabajos que me brindan tantas posibilidades de conocer hombres: en el mundo de lo fashion prácticamente son todos gays. Mi nuevo horizonte se abre a la cosmética natural, ni los clientes son hombres. ¡Siempre cuento con semejante abanico de oportunidades! Así no puedo seguir el consejo de las madres: encontrar un buen trabajo, y allí un buen hombre.
Igual, me divierto, y me significa un buen desafío. Tengo que organizar la contabilidad de una empresa absolutamente caótica. Creo que erré mi carrera: en todos lados termino haciendo administración contable, y... ¡ni siquiera me gusta!
Mi trabajo queda cerca de su oficina. Otra excusa para querer verlo. Soy un desastre.