jueves, 7 de agosto de 2008

Olas que vienen

Mi nuevo trabajo de camarera me mantiene ocupada por las noches (ocupada, dije, lejos está de distraerme). Pero la vuelta a mi silenciosa casa provoca que las lágrimas resbalen, imperceptibles. Desde que mi adorable weimaraner, compañerito incondicional, se murió, el volver solitario a una casa que sólo guarda mi voz, se hace duro, casi imposible. Por ahora, no quiero otro perro, por la libertad que significa llegar cuando se me antoje, o simplemente no volver, y todo está tan limpito... Pero quieto.

No sé bien cómo fue que terminé metida en esta historia. Era tan perfecta en un principio: totalmente light, sin ataduras, sin compromiso, ideal para mí, recién terminando una larguísima historia. Romance espectacular para un día, tal vez dos, pero nunca para una vida. No sé tampoco cuándo cambió tan drásticamente de forma y de contenido.

Tal vez después de un largo tiempo, tal vez esa increíble primera noche.

Debería haberlo sabido. Debería haber hecho algo para impedirlo. Pero seguí adelante. Y lo peor de todo es que no me arrepiento ni de un solo minuto.

Significa todo para mí. Y todo lo cambió. A partir de él me doy cuanta de que miro a los hombres desde otra perspectiva, espero otras cosas. Ya no me atraen los “chicos”, necesito un hombre al lado. Y me siento más linda, más sexy, cambió mi postura, no sé bien qué es. Manejo de otra manera mi sexo. Aprendí a disfrutar de otras cosas. Y todo eso sintiéndome fiel a mí misma. Jamás lo devolvería. Sé lo que quiero, cosa que antes tenía desdibujada. El tema es cambiar el “quién”. Y no logro borrar su cara de mis películas del futuro.

Cuando me preguntan qué escribo, me da un poco de vergüenza decir que es un diario personal –cosas de adolescente, y yo... ¡tan grandota!-, así que contesto que escribo una novela sobre una mujer enamorada del mar. Y no estoy mintiendo tanto. Una mujer enamorada del mar no tiene remedio. El mar: siempre yéndose, escurriéndose entre los dedos, un amor de agua, de mareas subiendo y bajando eternamente. De furia incontrolable, y tierno amanecer. ¿Quién podría evitar enamorarse del mar? Y después, ¿sería posible dejarlo?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Negrita querida. Esto merece ser, cuanto menos, un libro.
Me encanta (vos lo sabés) cómo escribís. Con plumas suavecitas, con voz de brisa. Y tan profundo como los ojos de alguien que uno ama.
Un abrazo.
Alicia Márquez

Mercadito de barrio dijo...

yo puedo perfectamente no enamorarme del mar.
es frío, peligroso, agresivo, sucio, ruidoso, traicionero.
cómo se puede amar algo que nunca se deja atrapar ni beber, que va y viene histéricamente?

poeta clandestino dijo...

yo estoy enamorado del mar, creo que no podría vivir en un planeta que no hubiera ese inmenso ser que no quiere ser atrapado. Indomable y eterno, como el amor mismo.
Quiero felicitarte por la forma que tenés para contar lo que a todos nos sucede en la vida. Me encanta todo lo que haces, ojalá pudiesemos conocernos...

María Laó dijo...

Entiendo a quienes no les gusta el mar.
Y también a quienes no les guata lo escrito.
Yo, por mi parte, no puedo resistirme.
Cómo me comunico con vos?

Arena dijo...

El mar nos seduce a todos y si queda alguien que aún no este embrujado por él...basta que lea tus palabras para caer en esa red... ¿ hermosas palabras !
Un saludo.